Fue el 15 de abril de 1957 cuando el cine y la música mexicana perdieron a uno de sus máximos ídolos, Pedro Infante, que previo a su muerte, ya había sobrevivido a dos accidentes aéreos, uno de los cuales le dejó como consecuencias el injerto de una placa de metal en su cráneo.
El día del accidente, el actor, que también era piloto, realizaría un vuelo de Mérida a la Ciudad de México, pero su aeronave, que transportaba un cargamento de pescado se estrelló poco después de despegar en el patio de una casa.
Pedro Infante, cuya licencia de piloto recién había sido renovada a inicios de ese mes, quedó calcinado junto con los otros dos miembros de la tripulación.
Cuando sus restos llegaron a la capital del país, la Ciudad de México se volcó a despedir al simpático galán de la Época de Oro, los pésames se multiplicaron por todos lados; los fans más pequeños de Infante hicieron guardia a su féretro.
Pedro Infante dejó un legado imponente: más de 60 películas y cerca de 300 canciones que aún se escuchan en hogares, fiestas y serenatas. Su carisma, humildad y voz inconfundible lo convirtieron en el símbolo del mexicano noble, valiente y enamorado.
A más de seis décadas de su partida, Pedro sigue más presente que nunca. Su imagen está en altares, murales, imitadores, biografías y plataformas digitales. Cada 15 de abril, sus fans lo recuerdan con flores, canciones y lágrimas, reafirmando que los ídolos verdaderos no mueren, se vuelven eternos.
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