Originario de El Recodo, Sinaloa, pero radicado en Mazatlán desde que era un adolescente, el destino de Germán siempre estuvo marcado en la música, el talento le corría por las venas, y aunque incursionó en el ambiente por necesidad, el legendario músico asegura que no cambiaría un sólo episodio de su vida.
“La música me ha dado tanto”, dice Germán esbozando un suspiro de añoranza.
“Me encanta la música y todavía me pagan por ello, he sido muy feliz, lo cual no sé si hubiera encontrado en la medicina”, asegura el músico que de pequeño soñaba con ser doctor.
-¿Cómo se le hace para permanecer seis décadas en la música y seguir trabajando con la misma intensidad que en el inicio?
Al cuestionarle qué siente que la misma comunidad de músicos lo reconozca como el máximo representante de la música sinaloense que continúa vivo, Germán no puede evitar que en su rostro se dibuje una sonrisa.
“Me siento muy complacido, pero no creo merecer tanto. Acabo de ir a la Ciudad de México a entregar el disco de Jorge Muñiz y los ejecutivos de la disquera me presentaron como el máximo representante de la música de banda, el heredero de una tradición, se me enchinó la piel, es algo muy bonito, pero me parece demasiada responsabilidad tener ese mote”, señala.
“Siempre me consideré un simple músico. Cuando mi padre me invitó en el año 1951 a ser uno de los pioneros en una grabación musical me sentí muy halagado, en ese momento era hijo de don Cruz Lizárraga, era obvio que se me diera la oportunidad, soy de los pocos que quedan de ese entonces, se sufrió mucho, se luchó y me siento orgulloso de ser parte de esa historia”.
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