Philip Levine se empezó a quedar pelado en el 2006 y vio el medio vaso lleno: pensó en que era una buena idea utilizar su árido cráneo como un lienzo impoluto para expresiones artísticas. Increíblemente donde no crecía ni un mísero pelo, él cosechó fama y fortuna.
Su cabeza ha sido una ochentosa bola de espejos, un muro para grafitis, un smiley y hasta un hermoso ecosistema submarino. Trabaja en conjunto (si a entregar la bocha se le puede llamar trabajo) junto con la body-painter Kat Sinclair.
Philip se ha transformado en un ícono (no sabemos muy bien de qué) en Londres y su popularidad llega hasta China y Japón. Firmas de cosméticos patrocinan su obra y pintores renombrados le han garabateado el marulo.
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